El Atlético reúne de nuevo todos los requisitos para llamarse grande. Pelea por los títulos con asiduidad, no se encoge en escenarios hostiles, muerde cuando debe (y sin necesidad de gustar) y cuenta en sus filas con jugadores de tronío que aparecen en los días clave. Diego es uno de los mejores. Adrián el más elegante. Falcao personifica la pegada. El asturiano fue el encargado esta vez de deshacer un partido incómodo que no avanzaba nada bien. Al colombiano le tocó la labor de desatascarlo tras una amenaza inesperada del Hannover. Fueron dos obras de arte que demuestran que cuando hay un ataque de garantías, como el que tiene el Atlético, replegarse y esperar es un suicidio. Con tanta artillería sólo vale mandar y que obedezcan. Independientemente del valor del premio logrado, el partido quedará en el recuerdo única y exclusivamente por los goles. Olviden el estilo. No merece la pena ni analizarlo. Con tanto en juego, casi nadie arriesga. Adrián se lleva todos los halagos. Con justicia. Su aportación no fue una cualquiera. Sabe que medio mundo mira ya estas eliminatorias. Para reivindicarse después de su última suplencia, y para sentenciar el pase, no se sabe el orden; decidió convertir un simple pase al hueco en el inicio de una jugada inolvidable. A Adrián le costó domar el balón a la carrera. Pero una vez que lo amortiguó, tiró de repertorio. Sonrojó a su marcador. Regateó después al portero en su desperada salida en vez de batirle de primeras. Y antes de empujarla, con todo a favor, prefirió sentar a otro rival antes de machacar. Más que un gol fue una obra de arte. La de Falcao no fue de tanta magnitud. Él prefiere la potencia. Sin embargo, sí es de más importancia. El Hannover había intentado aguar la fiesta minutos antes y su latigazo, otro más, aplacó cualquier indicio de revolución.
jueves, 5 de abril de 2012
Suscribirse a:
Enviar comentarios
(
Atom
)
No hay comentarios :
Publicar un comentario