domingo, 2 de febrero de 2014

El Athletic de Bilbao frena al Real Madrid

Athletic de Bilbao 1 - 1 Real Madrid

La fiereza del Athletic maniató a los blancos. Muy polémico arbitraje de Ayza Gámez, que expulsó a Cristiano de forma exagerada. Jesé volvió a marcar e Ibai firmó el empate. Lo peor fue el árbitro. Al expulsar a Cristiano sin razones de peso, dio a la roja tanta importancia como a los goles. Cada vez que ocurre algo así uno siente que le han hurtado el partido, porque cada análisis se ve interferido por la acción de marras, y ya no existe el fútbol, sólo la discusión vana entre quienes dicen pellizco y quienes contestan puñetazo, entre quienes vieron algo y quienes lo observaron todo, cabezazo, berrea, bronca y árbitro con pistola. Nadie debió haber sido expulsado, ni existen motivos para juzgar a Cristiano con más severidad que a otros futbolistas, por mucho que brame San Mamés. Las peores tortas de Cristiano, las que más le afean la conducta, fueron las que se dio a sí mismo camino del vestuario, sugiriendo una conspiración donde no había más que torpeza y si acaso miedo escénico.
San Mamés suspiró. La siguiente vez que el estadio tomó aire fue para lanzar un rugido. El efecto fue instantáneo. Pepe devolvió dos balones al portero y el Athletic dio un par de pasos hacia delante. Entonces comenzó una presión intensísima, casi histérica,suicida porque al Madrid le gusta ese juego, el riesgo, depilarse las piernas con las bayonetas del enemigo. En esa estampida de soldados a la carrera destacaba Ander Herrera, supervitaminado y mineralizado, cerebro en la creación y acosador de Diego López cuando el portero tenía la pelota en los pies. También repartidor de leña, en ratos libres, pregunten a Cristiano.

El Madrid tenía un primer problema. Físicamente, el Athletic no tiene nada que envidiarle. Esa fortaleza (velocidad y energía) anula una de las armas de los madridistas, que ganan bastantes partidos dejando pasar el tiempo y dejando aflorar el músculo. Sin esa posibilidad, el equipo de Ancelotti quedó algo aturdido.Apuesto a que no creyó posible que alguien pudiera correr tanto y durante tiempo. Sin embargo, los minutos pasaban y los leones eran gamos. Cambió el guión, por tanto. Aduriz tuvo el gol en la bota izquierda, pero no supo culminar un movimiento extraordinario entre Pepe y Sergio Ramos. Después pudo marcar Muniain, al que le sobró pensar.
Pasada la media hora, el Athletic aminoró la marcha, cosa lógica. Prueba de que el partido se igualó es que San Mamés gritó “¡Así gana el Madrid!”, conjuro de las aficiones para que el Madrid no les gane de cualquier manera. Cristiano se hizo notar de nuevo, pero tropezó contra el fondo maldito, el de la lona, sólo once goles por los 21 marcados en la otra portería. Lo que sucede allí descubre un trauma infantil y una pesadilla adulta: el jugador que ataca teme que su disparo se pierda tras la cortina y, en estricto cumplimiento de la Ley de la Botella (el que la tira va a por ella), deba ir a buscar la pelota por la calle, vestido de futbolista, preguntando a los paseantes, imaginen el engorro. Además, nadie sabe con certeza lo que hay tras esa lona, si una colección de jarrones chinos o el Cantábrico enfurecido.
En la segunda mitad pudimos comprobar que los jugadores del Athletic sólo disponen de dos pulmones por individuo. La revelación animó al Madrid, que recuperó el optimismo y la sensación de superioridad. No había dueño, pero el campo se inclinaba a favor del visitante y le conducía a la portería de los goles, fondo sur, donde siempre hay sitio.
Allí marcó Jesé. La jugada fue un fogonazo. Iturraspe perdió un balón, Benzema prolongó hacia la carrera de Cristiano y el portugués buscó al niño. El canario, vivísimo, se adelantó a la defensa y empujó la pelota con los tacos de su bota derecha; no lo hubiera logrado con playeras.
El destino volvió a sorprendernos. En otra jugada de ataque del Madrid, se encadenaron los incidentes. Benzema reclamó falta, Cristiano pidió penalti y cuando el balón salió de allí continuaron los pleitos. Encarado con Gurpegui, Cristiano le agarró de la cabeza más para apartarlo que para agredirlo. El navarro fingió una agresión (patéticamente, como siempre en estos casos) y al barullo se unieron otros para continuar la berrea. Iturraspe y otra vez Cristiano se desafiaron entonces con la cabeza, con leves embestidas mutuas, y al siguiente pestañeo aquello ya era un tumulto de empujones y reproches.
Cuando el árbitro apareció por la escena todo pareció susceptible de empeorar. Y empeoró. Ayza Gámez expulsó a Cristiano y mostró amarilla a Iturraspe. Pudo haber apostado por cualquier otra combinación de colores y amonestaciones, y casi todas hubieran sido más razonables. Ni Cristiano ni el partido merecían esa decisión, y diría que tampoco el Athletic, que ahora se sentiría mejor sin tanto ruido.
Así terminó la batalla, con cierta indignación madridista y con la satisfacción del Athletic, que salvó el orgullo y evitó la derrota. Lástima que un árbitro se cruzara en mitad de tan reñida pelea.

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