Eibar 0 - 4 Real Madrid
Es la única pega del partido que protagonizaron el Eibar y el Real Madrid. En lugar de hablar de Isco y de su reubicación en el pivote, en vez de resaltar el trabajo de Gaizka Garitano, tendremos que comentar las interferencias arbitrales, tan inevitables y consustanciales al fútbol como un rayo, una tormenta de granizo o uno de esos gatos que interrumpen el juego, generalmente negros.
No lo merecían ni el Eibar ni el Madrid. Ni por supuesto, la afición que acudió a Ipurua. Sin el recuerdo de los silbidos al colegiado (justos algunos e injustos otros), el partido hubiera sido un ejemplo de buen fútbol y mejor comportamiento, una fiesta sin derrotados. Ese es el único lamento que permanece después del pitido final. Lo superaremos, no obstante.Lo primero que nos recordó el encuentro es que el tamaño no es importante. Condicionados por las medidas del campo, sospechábamos que Cristiano o Bale terminarían algunas de sus carreras en los montes cercanos, que saldrían de Ipurua como Forrest Gump del estadio. Creímos que las dimensiones desconcertarían al visitante e igualarían el choque. No ocurrió. El campo favoreció al forastero porque a los buenos equipos les favorece casi todo. Hasta el árbitro. En Eibar o en las llanuras de Manchuria, el Madrid es capaz de doblar cualquier virtud de su adversario: intensidad, velocidad, entusiasmo y gol. De dinero, ni hablamos.De manera que no hubo trampa ni cartón. El equipo de Garitano justificó por qué circula por la mitad de la clasificación y el de Ancelotti explicó por qué es el líder del campeonato, catorce victorias consecutivas entre Liga y Europa, a un triunfo del récord de Miguel Muñoz y Mourinho.
Durante los primeros diez minutos, el Eibar estuvo a la altura de su buena fama. En ese tramo generó hasta tres ocasiones apreciables: casi remate, casi volea y casi gol. Si no continúo a ese ritmo fue por razones puramente fisiológicas. Sépanlo, novias y esposas: no se puede querer todos los días como el primer día, sin riesgo de infarto (Woody dixit).
Volvamos al árbitro. El gol que abrió el marcador, un cabezazo de James, estuvo precedido de un fuera de juego doble, de Benzema y Cristiano. El error fue tan grueso que sólo admite una explicación: que árbitro y asistente estuvieran distraídos viendo el fútbol. No descomponiéndolo, sino disfrutándolo. El pecado es humano. En el fondo, un árbitro es un traumatólogo que ejerce en una playa nudista.El segundo tanto lo marcó Cristiano con algo de fortuna o vaya usted a saber. Carvajal rajó la zaga eibarresa por la derecha y el portugués remató en semifallo o en semiacierto, por la escuadra en cualquier caso. Benzema marcó el tercero y el Eibar volvió a reclamar al árbitro: el pase de James pudo haber nacido fuera del campo. En el cuarto, la relación entre anfitriones y colegiado siguió deteriorándose: Albentosa desvió con el brazo un tiro de falta de Cristiano y Borbalán señaló penalti, esta vez con toda la razón.
sábado, 22 de noviembre de 2014
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