sábado, 30 de marzo de 2013

El Madrid piensa en Champions y empata en Zaragoza

Zaragoza 1 - 1 Real Madrid

El Madrid mantiene la distancia con el Barça y el Zaragoza la conserva con el Celta, que marca la línea del descenso. Hay cosas más importantes que la Liga: la Champions y el propio pellejo. Quienes no se cambiaron la camiseta debieron intercambiar pasteles. No es frecuente asistir a tiroteos tan felices.
El visitante pudo empatar a los dos minutos. Marcelo buscó por alto el desmarque de Cristiano y el empalme del portugués se perdió alto para alivio del estadio, que hubiera debido caerse en caso de gol. Aquello le descubrió al Madrid un camino por explorar y un asistente inesperado. Me refiero a la rígida espalda de los centrales y a la inspiración de Marcelo como fino pasador. Los peores ratos del Zaragoza llegaron por la acción de uno de esos factores o por la interacción de ambos.Producto de esa inercia, Rodri (Rodrigo Ríos Lozano, 22 primaveras) marcó a los cinco minutos. El chico (excanterano del Sevilla y cedido por el Barça) aprovechó un fallo de Modric y Pepe para hacer un gol de futbolista curtido, golpe certero, sin un solo titubeo.Únicamente se le notó la tierna edad cuando en la celebración dio un salto mortal con tirabuzón y bailó un Harlem Shake. Juventud, divinas caderas.La igualdad fue la tónica desde el inicio del choque. El Zaragoza jugó a ser el Madrid y le puso un espejo delante. Siguiendo ese plan dio más importancia al contragolpe que a la posesión, a los hechos que a los argumentos. Sus virtudes eran el orden, la presión y el entusiasmo. Los ojos inyectados y el cuchillo entre lo dientes (la hoja por fuera, aclaro). La pose no era forzada. El Zaragoza sentía naturalmente lo que el Madrid trataba de imaginar: pasión, urgencia, interés.Con todo, el control era de quien ponía el campo. El Madrid, desangelado, perdía fácilmente la pelota y el Zaragoza, excitado, picaba espuelas con cada robo. Su problema, qué paradoja, fue hacerlo todo bien. Pasada media hora, el equipo de Jiménez se sentía tan cómodo que relajó el gesto y cambió el cuchillo por un mondadientes. Fue entonces cuando marcó el Madrid.Tal y como se podía prever, la espalda de los centrales volvió a crujir. A partir de un mal despeje de Loovens la jugada se fue enredando hasta que Cristiano deshizo el nudo con la facilidad que acostumbra. Su disparo seco y raso al primer palo fue impecable, aunque favorecido por la mala colocación de Roberto, que había perdido la referencia del poste y del sistema solar.El empate apenas cambió nada. El efecto más reseñable es que Xabi Alonso dejó de calentar. El Zaragoza no se afligió y el Madrid continuó sin mandar en el mediocampo: Modric es un peso ligero (campeón del mundo en Manchester) y Essien un obrero cualificado, pero no un generador de fútbol. Tampoco se divisó a Kaká en el horizonte.El Madrid estuvo muy cerca de marcar el segundo gol de vuelta del descanso. Lo impidió el talento y la fortuna. Roberto desactivó el tiro de Cristiano y el poste (el de antes) repelió el posterior remate de Marcelo, que quiso romper la red y casi tala un árbol.El partido se espesó luego y sólo despertó cuando Essien abrazó dentro del área a Postiga, que había arrancado en posición dudosa. Undiano no vio falta (sólo amor) y escurrió el bulto con elegante trote de caballo jerezano. La igualdad era deportiva, científica y filosófica. Lo que había salvado antes Roberto lo salvó después Diego López, a doce minutos del final, al rechazar con el cuerpo un cabezazo a bocajarro de Postiga, gran delantero con más talento que gol.Aunque el partido se llenó en los últimos minutos de corrientes de aire y pasillos de ministerio, el Madrid no marcó. Marcelo la tuvo, pero dudó si marcar o peinar. Ni siquiera el empuje de Özil, Di María y Khedira, refrescos de tronío, propició el gol madridista. A nadie le importó demasiado que el marcador no se volviera a mover. El Madrid sueña con la Champions y el Zaragoza con la primavera.

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